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Bulletin of Spanish Studies

Hispanic Studies and Researches on Spain, Portugal and Latin America
Volume 99, 2022 - Issue 1
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Articles

Un ‘proto-cursi’ mendicante: las transgresiones de clase y género de Frasquito Ponte Delgado en Misericordia, de Benito Pérez Galdós

Abstract

Este artículo propone ir más allá del enfoque de la crítica a la novela Misericordia (1897), de Benito Pérez Galdós, analizando la construcción de masculinidad a través del personaje de Frasquito Ponte Delgado. Se examina la importancia de que se le adjudique a un sujeto masculino la fascinación por los objetos de moda y cosméticos, especialmente uno que encarna la decadencia de la clase media en la segunda mitad del siglo XIX en España. Partiendo del marco teórico de los estudios de masculinidad, se exploran las transgresiones de Frasquito y el significado de su desenlace trágico en la novela.

En 1923 se publicó póstumamente el primer volumen de una colección de artículos de prensa inéditos de Benito Pérez Galdós. Titulado Fisonomías sociales, este volumen incluye tres secciones que cubren temas frecuentes en este tipo de compilación tan popular en el siglo XIX que retrataba los espacios, prácticas sociales y personajes de un contexto determinado. Me interesa particularmente para este artículo la sección sobre ‘Tipos’, en específico el ensayo titulado ‘El elegante’. Más allá de una presentación de este estereotipo de masculinidad en el siglo XIX, el ensayo es una diatriba contra las ‘¡modas de hombre!’ en la que se denuncia la incomodidad e impracticabilidad de los objetos que constituyen el típico ajuar del hombre español en este contexto.Footnote1 Galdós identifica las modas como un ‘vértigo insano’ y afirma que los pueblos ‘inferiores’ que no tienen preocupación por las tendencias en la vestimenta son, de hecho, superiores a los europeos. ‘Dejemos a la mujer el reino gracioso de la moda’, declara Galdós, confirmando así que este asunto es uno completamente determinado por la diferencia de género.Footnote2 Esta crítica acérrima de Galdós a la tendencia a seguir modas masculinas nos proporciona un punto de partida idóneo para analizar el personaje de Frasquito Ponte Delgado, de su novela Misericordia (1897). Frasquito es un hombre arruinado económicamente quien, a pesar de su dificultad para alimentarse o conseguir techo, enfoca sus pocos recursos monetarios en su apariencia personal. De cierta forma, este personaje anuncia las críticas que hace Galdós en el ensayo publicado 16 años más tarde a la fascinación por modas masculinas. El desenlace trágico de Frasquito en la novela funciona entonces como lección sobre el resultado de infringir las reglas de género en el Madrid del siglo XIX, pues él es castigado por atreverse a no dejar a la mujer el ‘reino gracioso de la moda’.

Los conflictos económicos y el afán de algunos en el siglo XIX de aparentar pertenencia a una clase social distinta a la propia son temas recurrentes en las novelas de Galdós, en especial las que componen la serie de novelas españolas contemporáneas. Este tipo de inclinación peligrosa ha sido estudiado por la crítica en el caso de personajes femeninos que aspiran a escapar de su realidad a través de la adquisición de objetos de moda que los resignifiquen. Como señala Wan Sonya Tang, mientras que la representación que hace Galdós de mujeres y lo femenino ha sido objeto de análisis en los pasados cincuenta años, su visión de masculinidad sólo recientemente ha despertado el interés de la crítica.Footnote3 Esta creciente atención puede deberse al desarrollo de la vertiente teórica de estudios de masculinidad, que ha fomentado la exploración de personajes masculinos en la literatura española en general. En el caso de la obra de Emilia Pardo Bazán, la novela Memorias de un solterón (1896) es estudiada a partir de la perspectiva de lo masculino por críticos como Zachary Erwin, Mark Harpring y Akiko Tsuchiya (esta última la pone en diálogo con Su único hijo [1891], de Clarín).Footnote4 Eva Maria Copeland analiza la construcción de lo masculino en varias novelas de Galdós, incluidas El amigo Manso (1882), Tormento (1884) y Fortunata y Jacinta (1887).Footnote5 Tang investiga la novela La sombra (1871) en términos de la intersección de lo masculino con la estética de lo gótico. El discurso sobre moda masculina en la segunda mitad del siglo XIX ha sido explorado por Collin McKinney en un estudio enfocado en el uso del traje negro y con referencias a varias novelas de Galdós.Footnote6 En el caso específico de Misericordia, destaca el capítulo que le dedica Peter Bly en su libro sobre los ‘Galdosian eccentrics’, en el que examina el personaje de Frasquito a partir de su condición mental y las extravagancias de su comportamiento.Footnote7 A pesar de la importancia de estos trabajos, faltan todavía vínculos por establecer entre la representación de lo masculino y la cultura material rampante en el siglo XIX. El estudio que se ofrece a continuación se propone analizar el personaje de Frasquito considerando la importancia que conlleva el hecho de que se le adjudique a un sujeto masculino la fascinación por los objetos y por el arreglo personal, especialmente en una novela que gira en torno a la mendicidad. Exploraré la inclinación de Frasquito por el mantenimiento de la ropa y por los productos de belleza como transgresiones que indican, en primera instancia, su insatisfacción con su posición social y, más importante aún, que retan los límites de la masculinidad en su contexto. Además, interpretaré la desgracia final de este personaje como una especie de castigo simbólico por su osadía de infringir las expectativas de la masculinidad en el Madrid de fines del siglo XIX. La crítica ha explorado Misericordia enfocándose en la representación de los temas de pobreza y espiritualidad; sin embargo, el personaje de Frasquito no ha recibido la atención que merece. Así pues, este análisis quisiera constituir una contribución relevante al estudio de esta novela y de la masculinidad en su totalidad en la obra de Galdós.

Mi examen del personaje de Frasquito está determinado por las propuestas y metas del ya mencionado campo de estudios de la masculinidad. Reconociendo la ausencia de reflexiones sobre lo masculino en los estudios de género que ganaron fuerza alrededor de 1970, en décadas subsiguientes se desarrolla esta teoría que evoluciona y se adapta a distintas disciplinas. En su artículo sobre estudios de masculinidad y literatura, Alex Hobbs explica que la intención de estas investigaciones es ‘to expose the damaging impact of patriarchy on men (as well as women)’, además de combatir el mito de que todos los hombres se benefician de este sistema.Footnote8 Así pues, este acercamiento procura debatir la noción de que existe sólo una masculinidad aceptable con atributos específicos y celebra la multiplicidad de identidades masculinas más allá de los estereotipos impuestos.Footnote9 Aunque sus raíces iniciales estaban en las ciencias sociales, este marco teórico se ha interesado en la representación de la masculinidad en la cultura y el arte, lo que ha promovido el desarrollo de los estudios de masculinidad en la literatura. Como plantea Josep M. Armengol, esta perspectiva reciente es aún limitada respecto a la extensa crítica literaria feminista. Sin embargo, aunque es necesario continuar desarrollando el vocabulario crítico pertinente para completar este tipo de acercamiento, el análisis de masculinidades literarias es importante porque conlleva ‘a radical re-vision of the way we read literature and of the way we perceive men and masculine ideas therein’.Footnote10 Un aspecto esencial de este nuevo entendimiento de la representación de lo masculino en la literatura es el enfoque en cómo los valores culturales específicos de un espacio o momento histórico determinan la construcción de género. Señala Hobbs que la nacionalidad y la historia social y cultural de un país son fundamentales para entender los estereotipos de masculinidad que se exaltan en él.Footnote11 Esta perspectiva es esencial para mi acercamiento a Misericordia, pues justifica la interpretación del personaje de Frasquito y la forma en la que su desenlace está determinado por el contexto español del siglo XIX. Armengol reconoce que la tradición literaria occidental nos ha provisto figuras masculinas que cumplen con las expectativas del género y otras que luchan contra las limitaciones que estos ideales significan.Footnote12 La propuesta de los estudios de masculinidad es, precisamente, revisitar y reevaluar los casos de personajes que transgreden las reglas, ‘to isolate and examine positive examples of male protagonists who do not conform to male stereotypes’.Footnote13 Este gesto, materializado a través del acto de lectura, puede contribuir a la reconceptualización de la masculinidad en un espacio y tiempo determinados. Algunos de los estudios sobre masculinidad en novelas del siglo XIX mencionados previamente proponen este tipo de reinterpretación de los personajes. Por ejemplo, al examinar La sombra, Tang se enfoca en la representación que hace Galdós de las restricciones impuestas contra los hombres y sugiere que la novela hace un comentario sobre la imposibilidad del ideal masculino burgués.Footnote14 Mi análisis quisiera contribuir a estos esfuerzos a partir de los estudios de la masculinidad, proponiendo precisamente una reconsideración de Frasquito más allá de lo que plantea el texto a través del narrador y otros personajes y de la forma en la que se ha interpretado. Esta nueva mirada a la historia de Frasquito en Misericordia sugiere que sus transgresiones podrían ser un llamamiento a la aceptación de masculinidades distintas o alternativas en la España del siglo XIX.

Si bien es cierto que Misericordia se puede analizar como una novela que lidia con la construcción de masculinidad, los temas que destacan en su trama están vinculados a la religiosidad y los conflictos económicos del momento en el que se desarrolla. Escrita en 1897, la historia evoca los efectos de la crisis socioeconómica que toma lugar a mediados de siglo durante el reinado de Isabel II y que da como resultado la Revolución Gloriosa de 1868. Esta coyuntura provoca, por un lado, la decadencia de la clase media y, por el otro, un aumento significativo de la población indigente. Esta última circunstancia la comprobamos al inicio de la novela con el microcosmos de mendicidad instalado a la entrada de la parroquia de San Sebastián. En la confusión de pedidos y monedas que se produce en las puertas norte y sur de la parroquia encontramos a Benina, personaje principal de la novela que se mueve entre este mundo de la miseria pública y el de la desgracia privada de la clase media en decadencia. Benina trabaja para Doña Francisca Juárez de Zapata, vulgarmente identificada como Doña Paca después de su caída social, quien es a su vez pariente lejana de Frasquito, oriundo de Andalucía.Footnote15 Irónicamente, Paca cree conservar algo de dignidad, pues no sabe que vive y se alimenta de lo que su sirvienta mendiga en las calles de Madrid. Siendo epítome de la ‘misericordia’ que anuncia el título de la novela, Benina se convierte en amiga de Almudena, un judío marroquí ciego que existe en oposición a Frasquito en términos de precariedad.Footnote16 Mientras que Frasquito se niega a aceptar la realidad de su situación económica y trata desesperadamente de ocultar las evidencias materiales de su desgracia, Almudena no tiene más opción que asumir el abuso que viene con su posición en España. El contraste entre estos personajes comprueba lo que plantea Andrés Trapiello sobre la existencia de dos tipos de pobres en la novela: los de solemnidad, ‘que abiertamente reconocen su pobreza [y] asumen que por sí mismos son incapaces de subsistir y dependen de la limosna y la caridad de los demás’, y los nuevos pobre vergonzantes, ‘que ha[n] ido cayendo en la escala social hasta el extremo de que tiene[n] tanta necesidad como el pobre de solemnidad solo que le[s] da vergüenza y hace[n] todo tipo de subterfugios para que nadie se entere de su necesidad’.Footnote17 Es en estas oposiciones donde Galdós construye un entramado social que revela las sutilezas de las dinámicas de clase y género. El análisis que se ofrece a continuación explora justamente la intersección entre lo económico y lo masculino, a través de la victimización que sufre el personaje de Frasquito.

La primera descripción de Frasquito en la novela está filtrada a través de la mirada femenina de Paca y Benina. Frasquito ha estado visitando a Obdulia, la hija de Paca, una joven cuyo marido está frecuentemente ausente y que disfruta de la compañía de este pseudo-caballero. Benina coincide con Frasquito en una de estas visitas y al compartir con Paca posteriormente los detalles del encuentro se da el inevitable escrutinio del personaje. Hay tres aspectos que destacan en esta caracterización de Frasquito en los que se insistirá a lo largo de la novela: su ruina económica, su carácter elegantón, y la imposibilidad de determinar su edad, aunque está claro que es muy viejo. El uso de verbos en pasado en esta conversación es esencial para establecer el descenso de Frasquito. Dice Paca que, ‘en mis tiempos era un solterón que se daba buena vida. Tenía un buen empleo, comía en casas grandes, y se pasaba las noches en el casino’.Footnote18 A causa de la caída de la clase media, la realidad de aquellos tiempos en los que coincidieron en Andalucía ya no es la misma, y ahora Frasquito carece de lo que gozaba antes. Benina le revela a Paca que Frasquito no tiene ni siquiera dónde vivir y que se refugia en casas de dormir, específicamente la de la señá Bernarda. Es indispensable considerar aquí las implicaciones de la falta de vivienda de Frasquito tomando en cuenta su aspiración de representar una clase social más alta que la propia. En su estudio sobre la cultura de la clase media en la España del siglo XIX, Jesús Cruz analiza las prácticas principales para el establecimiento de la sociedad respetable. Citando el imprescindible manual de conducta de Mariano Rementería y Fica, El hombre fino al gusto del dia, ó Manual completo de urbanidad, cortesia y buen tono (1829), Cruz presenta los espacios de sociabilidad que surgieron en las esferas pública y privada. La casa del sujeto burgués era esencial para instituirse como participante de los intercambios de esta clase, pues era un espacio transicional entre lo público y lo privado que le permitía recibir visitas, organizar celebraciones y patrocinar funciones sociales.Footnote19 En sus circunstancias, Frasquito no podía ser considerado un hombre de sociedad, pues carecía del espacio físico de la casa y, por lo tanto, de las relaciones simbólicas que se establecían en este. Aceptando la actual decadencia de su conocido, Paca concluye que es mejor así, pues ‘la reputación de la niña podría sufrir algo, si en vez de ser el tal una ruina, un pobre mendigo de levita, fuera un galán de posibles, aunque viejo’ (123). La creación del mote ‘mendigo de levita’, en el que se combina el calificativo de pobreza con las ambiciones materiales de Frasquito, es significativa. Cruz examina inventarios de vestimenta masculina y señala que la levita se había convertido en elemento indispensable del atuendo en el periodo de 1874 a 1890.Footnote20 Quizá es por esto que en ‘El elegante’ Galdós incluye esta pieza entre los ‘instrumentos de tortura’ que constituían la moda masculina de su momento.Footnote21

El que no constituyan una amenaza para el honor de Obdulia permite que las visitas de Frasquito continúen, lo que nos da acceso a descripciones de su físico y personalidad que revelan su crítica situación económica y obsesión con su apariencia. La segunda ocasión en que Benina lo encuentra allí es durante la hora del almuerzo, y Obdulia revela que el anciano arribó a las 10 de la mañana. De acuerdo con las prácticas del buen gusto, lo recomendable era visitar entre 4 y 6 de la tarde, aunque el horario de la mañana era admisible para visitas de amistad. Lo que no era aceptable bajo ninguna circunstancia era visitar durante comidas o durante la siesta.Footnote22 Aunque hace amague de retirarse al saber que Benina está allí para prepararle el almuerzo a la hija de su señora, es en realidad para Frasquito un alivio que le insistan quedarse a almorzar, pues eso le permite resolver ‘por aquel día, un grave conflicto de subsistencias’ (157). Siendo Benina el personaje misericordioso de la novela, es un privilegio para ella la posibilidad de dar de comer a uno que esconde su hambre por vergüenza. Así, el hombre con ínfulas de burgués se ubica inconscientemente en una escala inferior a la sirvienta mendiga, pues ella tiene los medios para mostrarle caridad. Mientras el detalle de la comida subraya su precariedad, esta escena provee información sobre el físico de Frasquito que es medular para entender su constitución transgresora en esta sociedad. El misterio sobre su edad es acentuado con una observación sobre cómo poseía ‘una conservación que pudiera competir con las momias de Egipto’ (157). Más adelante confirmaremos que el mantenimiento físico de Frasquito no es resultado de una genética privilegiada, sino producto del uso excesivo de cosméticos. Su cabello, ‘negro y abundante’, provoca un interés particular en el narrador, quien señala que Frasquito ‘gastaba melenas, no de las románticas, desgreñadas y foscas, sino de las que se usaron hacia el 50, lustrosas, con raya lateral, los mechones bien ahuecaditos sobre las orejas’ (157). Esta presentación del cabello a partir de referentes culturales y cronológicos revela la centralidad de este elemento en la apariencia masculina y su evolución a lo largo del siglo. Carmen Bernis debía tener razón cuando declaraba que se podría escribir todo un tratado sobre la manera en la que los hombres del siglo XIX trataron sus cabellos.Footnote23 La imagen de los mechones sobre las orejas adquiere complejidad cuando el narrador añade que no caían ahí por casualidad, sino que se acomodaban con un ‘movimiento de la mano’, que era ‘uno de esos resabios fisiológicos de segunda naturaleza que llegan a ser parte integrante de la primera’ (157). Esta es quizá la primera referencia directa a la feminización de Frasquito en la novela. El aspirante a caballero tiene una especie de tic nervioso que corresponde a su obsesión con cómo debía lucir su cabello, preocupación que seguramente iba más allá de lo aceptado en su género. A este gesto amanerado se le suma un rostro ‘de los que llaman aniñados’, con una nariz chica y ojos mortecinos que ‘miraban siempre con ternura’ (158; énfasis en el original). De no saber a quién se refiere el narrador, sería difícil atribuir este retrato a un hombre. Después de la melena, apunta el narrador, el segundo mayor orgullo de Frasquito es su pie pequeño. Como es bien sabido, la valoración de la pequeñez de los pies viene de una concepción cultural establecida en la China antigua en la que se vinculaba esta cualidad con lo femenino. Quizá Frasquito desconocía este referente histórico, pero aún así resulta curioso que establezca un rasgo que denota insignificancia y delicadeza como uno de sus máximos atributos. De cierta forma, este ‘galán manido’ sabotea sus propios intentos de aspirar a una masculinidad idealizada en su contexto (157).

Además de la descripción física de Frasquito, la presentación de su inclinación por los objetos de moda es fundamental para entender su desafío a las normas de género. En su crítica situación económica es comprensible que el anciano tenga que hacer sacrificios para subsistir, incluyendo abstinencias y noches en casas de dormir públicas. Mientras toleraba estas limitaciones como inevitables en sus circunstancias, no tenía resignación para usar ‘zapatos muy viejos o que desvirtuaran la estructura perfecta y las lindas proporciones de sus piececitos’ (158). Es evidente aquí la auto-infatuación de Frasquito con esa parte específica de su cuerpo y su aspiración a proveerle más de lo que puede, lo que significa una desconexión entre aspiración y realidad. Con el resto de su atuendo Frasquito era menos exigente y se permitía usar prendas viejas, aunque ponía en práctica un estricto proceso de mantenimiento. El andaluz había aprendido a limpiar la mugre de su ropa con bencina, planchar arrugas con la mano (seguramente para evitar que el calor de la plancha desgastara la tela) y remendar él mismo las rodilleras de sus pantalones. Para las prendas de ropa desgastadas en extremo que no podía él arreglar, había identificado ‘sastres económicos’ que por muy poco dinero ‘volvían una pieza’, dándole vida más allá de lo imaginable (158; énfasis en el original). En particular destacan de su atavío un ‘gabancillo de verano’ (159) que le servía para ocultar todo lo que llevaba debajo y un sombrero de copa que le había durado más allá de lo computable a través de las ‘cronologías de la moda’ (158). Cruz apunta que el sombrero de copa era uno de los elementos imperativos en reuniones burguesas de final de siglo.Footnote24 Es quizá por esto que Frasquito se empeña en mantener en buen estado el suyo, aunque fuera arcaico. Su dedicación al cuidado y transformación de su vestimenta con la meta de parecer de una clase social más alta recuerda los esfuerzos de Rosalía de Bringas en La de Bringas (1884), novela en la que Galdós expone otro ángulo de los efectos nocivos de la cultura material.Footnote25 Mientras aquellos proyectos de costura y reciclaje de vestimenta eran comprensibles en el sujeto femenino por la necesidad de cumplir con las expectativas sociales, en el caso de Frasquito denotan una ruptura con el comportamiento esperado de un hombre. El hecho de que Frasquito le dedique a sus piezas de ropa ‘amorosos cuidados maternales’ y las trate ‘con mimo’, como debía haber tratado a una mujer, indica un desafío inaceptable (158). Obsesionado con su apariencia, este hombre ha olvidado cuál era su verdadero papel en esa sociedad y ha fracasado en el cumplimiento de los preceptos de la masculinidad decimonónica.

El descenso pleno de Frasquito está de cierta forma ligado a los eventos sociopolíticos de la segunda mitad del siglo XIX en España. Paca había establecido un antes y un después en la vida de este hombre y el narrador ofrece la cronología de su ruina. Luego de haber sido incapaz de cultivar la ‘regular fortunilla’ (159) que heredó, Frasquito consiguió un ‘destino’ con la ayuda de Luis González Bravo (1811–1871), político influyente que ocupó puestos como el de presidente del Consejo de Ministros, entre otros (160). En 1859, año de la Guerra de África, la decadencia de Frasquito comienza a manifestarse y él se defiende de la posibilidad de perderlo todo hasta 1868, cuando la Revolución Gloriosa determina su desgracia definitiva. A causa de la revolución pierde el puesto que le habían otorgado, y debido a que ‘no gozaba cesantía [y] no había sabido ahorrar’, su infortunio es inevitable (160). El detalle de su incapacidad para manejar el dinero es fundamental en la caracterización de su hombría carente. Aunque hizo el intento de prevalecer económicamente, ‘la cortedad de sus talentos’ le impidió obtener más que ‘algunos empleíllos’ indignos de su posición anterior y de su concepción de sí mismo (161). La lista de trabajos que tuvo Frasquito en este periodo es una parodia de lo que debía ser la productividad masculina. Destacan entre estos puestos el de vendedor de jabón, que dejó por su falta de labia y carisma, y el de contador de unas ancianas en su decaído comercio de cerería, gracioso por demás considerando que los números no son el fuerte de Frasquito. Este último trabajo, por el que le pagan dos pesetas diarias, es el que desempeña el anciano al momento de la narración. El año 1880 fue el de la desventura, cuando renunció a la posibilidad de tener domicilio y comenzó a pasar las noches en dormitorios, en un gesto de aceptación implícita de su fracaso económico. Su acuerdo con señá Bernarda es conveniente: tres reales la cama de a peseta por noche. Así, le resta al cuasi indigente una peseta para comer o vestirse. Como veremos, su elección entre estas posibilidades raramente responderá a sus necesidades de subsistencia física.

El hecho de que el narrador de Misericordia le dedique un capítulo y medio a la retrospección en torno a la historia personal de Frasquito, además de dos capítulos a la conversación con Obdulia en los que continúa la presentación de este personaje, es fundamental para entender su centralidad en la novela. Bly explora precisamente esta coyuntura al incluir a Frasquito en su análisis de personajes secundarios en las novelas de Galdós que se convierten en simbólicos o indispensables para la trama, superando en ocasiones a los personajes principales. Bly se pregunta, ‘why does Galdós give so much space to the old dandy’s ramblings as well as to the narrator’s own background information about him?’ y responde que esto se debe al agradecimiento que expresa Frasquito hacia Benina por su caridad y a su habilidad de identificar algo especial en ella.Footnote26 Mi propuesta va más allá y pretende probar que la atención otorgada a este personaje responde a la intención de presentar una manifestación de masculinidad indebida o inaceptable en el contexto de la novela. Los detalles que recibimos sobre Frasquito contribuyen a evidenciar su fracaso como hombre a nivel público y privado. Es por esto que al mencionar los eventos históricos que pudieron influir en la situación de Frasquito, el narrador se apresura a aclarar que estos no fueron la principal causa de su desgracia. La Revolución de 1868 no provocó la ruina de este hombre, pues incluso en los ‘tiempos de su apogeo social’ él era poco más que un ‘pelagatos fino’ que trataba de hacerse espacio entre los miembros de clases altas (160). Es por lo tanto su alta concepción de sí mismo lo que se convierte en su perdición. A pesar del hambre y las privaciones de sus gustos, ‘su delicadeza innata y su amor propio fueron como piedra atada al cuello para que más pronto se hundiera y se ahogara’ (160). La importancia de Frasquito en la novela radica entonces en su representación de una vanidad inapropiada que surge en la intersección de lo económico y la masculinidad.

Siempre aspirando a más de lo posible, antes del momento de la narración Frasquito había intentado establecer relaciones personales que lo significaran, sin imaginarse que estas sólo subrayarían el patetismo de su situación. Su simpleza e insipidez le impedían tener éxito en sus intercambios, sin importar el género de sus interlocutores. En espacios masculinos como casinos y centros de reunión, Frasquito era recibido con cierta indiferencia por carecer del ingenio y la elegancia de que debían preciarse los participantes en este tipo de transacciones sociales, mientras que a las mujeres les resultaba un hombre grato por la atención que dedicaba a sus guantes, corbata y pie pequeño. O sea, la afinidad que se generaba entre las mujeres y Frasquito estaba fundamentada en la inclinación por la apariencia y los objetos que tenían en común, no en una atracción determinada por el género. Frasquito era el estereotipo del sujeto masculino que divertía a las damas sin seducirlas, mientras que la mayoría de los hombres simplemente lo toleraban. ‘Persona más inofensiva no creo haya existido nunca’, juzga el narrador, ‘más inútil, tampoco’ (159). Careciendo de la asertividad y hasta agresividad que debía poseer el sujeto masculino, es comprensible que Frasquito no pudiera materializar el modelo de masculinidad impuesto en este momento. Sin embargo, no es precisamente a causa de estas limitaciones de comportamiento que el aspirante a burgués falla en cumplir con el significante máximo de la masculinidad heteronormativa, el matrimonio. Resulta que Frasquito ‘se petrificó en el celibato, primero por adoración de sí mismo, después por haber perdido el tiempo buscando con demasiado escrúpulo y criterio muy rígido un matrimonio de conveniencia’ (159). Estas razones presentan conflictos a nivel de constitución de género y de moralidad individual. Por un lado, Frasquito sufre de un narcisismo que le impide enfocar su atención en una mujer/esposa; por el otro, su interés en el matrimonio estaba ligado a su ambición. Una vez más es su elevada idea de sí mismo la que obstaculiza su progreso personal, impidiéndole en esta instancia encontrar una mujer que satisfaga sus aspiraciones económicas.

A causa de su soltería inevitable, la energía y dedicación que le habrían requerido a Frasquito una esposa y familia son consagradas a su apariencia. Ya habíamos atestiguado cómo este presumido anciano trataba su ropa ‘con mimo’, y a este mantenimiento obsesivo de sus escasas pertenencias se añade el cuidado del cuerpo. Las prácticas de higiene personal de Frasquito no se limitan al ‘poco de betún’ (157) que usa para lograr que su barba armonice con su cabello negro, sino que responden a procedimientos cosméticos más complejos. Habiéndose convertido en un inquilino ejemplar para señá Bernarda, Frasquito logra que por sólo un real adicional esta le permita guardar su baúl en un ‘cuartucho interior’ (nótese el despectivo) y quedarse allí todas las mañanas completando su ritual de belleza (162). Así, Frasquito pasa una hora ‘arreglándose la ropa, y acicalándose con sus lavatorios, cosméticos y manos de tinte’ (162), en un gesto que evidencia un interés por lo físico excesivo para un sujeto masculino. En su indigencia, el pseudo-caballero invierte el poco dinero que tiene en comprarse el tiempo para reconstruirse antes de su enfrentamiento a la sociedad que ya ha le ha negado el pertenecer a una clase más alta. El procedimiento de cuidado personal de Frasquito requiere análisis en el contexto de las prácticas de aseo generalizadas en el siglo XIX. Cruz reconoce que la higiene era fundamental para la figura del dandi y que esta no estaba sólo relacionada a la salud, sino que respondía también a la apariencia, por lo que los cosméticos eran un elemento indispensable.Footnote27 En su manual sobre la constitución del hombre fino Rementería detalla procedimientos o productos específicos para cumplir con este cuidado individual, incluida la limpieza de los dientes (tipo de cepillo, dentífrico), de las manos (pasta de almendras), el uso de cosméticos naturales (agua, leche, jugos, flores), entre otros.Footnote28 Esto confirma que la intención de cuidar el cuerpo con afeites y rutinas no era extraordinaria y que incluso era promovida como evidencia de buen gusto. El problema en el caso de Frasquito es que en sus excesos de lavatorios y tintes él parece ir más allá de lo aceptado en términos de limpieza o salud para el hombre decimonónico. Contrario al hombre fino, estas prácticas no prueban la clase social de Frasquito, sino que le sirven para reconstruirse y proyectar una ficción individual en la que es más joven, pudiente y elegante. En sus sesiones transformativas, Frasquito entraba al cuartucho ‘como un cadáver, y salía desconocido, limpio, oloroso y reluciente de hermosura’ (162). El precio de la extensión de su estadía le ofrece así al anciano la posibilidad de recuperar algo de la dignidad que había perdido al descender a su actual condición de miseria. Su orgullo personal supera lo permitido en su clase social, y es por esto que sus rituales de belleza son indebidos.

Aunque en la práctica es casi un mendigo, a través de sus objetos de moda y cuidado personal Frasquito se reimagina como un dandi, que era el referente máximo de la masculinidad distinguida en el siglo XIX. El dandi era un arquetipo burgués cuya posición se fundamentaba en la acumulación no sólo de riqueza, sino también del capital simbólico contenido en la moda, la educación y el glamour.Footnote29 El ensayo de Galdós sobre el ‘elegante’ citado previamente es precisamente una referencia paródica a esta figura. Según las expectativas del momento, la meta del dandi debía ser satisfacer las tres áreas fundamentales del trato social que identifica Rementería: el comportamiento, la distinción y la sociabilidad.Footnote30 Las pautas de comportamiento del hombre fino se referían igualmente a intercambios con hombres o mujeres, pero me interesa en particular explorar cómo Frasquito aplica estas expectativas de delicadeza y elegancia en sus encuentros con Obdulia. Es significativo que como punto de partida se nos diga que las visitas a esta mujer tienen tal importancia para el anciano que lo ponen ‘en el grave compromiso de desatender las necesidades de boca para comprarse unas botas nuevas’ (162) y ‘otros artículos de verdadera superfluidad, como pomada’ (163). Es decir, aquella peseta que le sobra al menesteroso después de pagar su dormitorio y que debe usar para su sustento tiene que ser invertida en adquirir calzado y productos que lo autoricen a participar en transacciones sociales que él consideraba distinguidas. Lejos de pertenecer a la burguesía, Obdulia es una mujer ahogada en deudas a causa de la irresponsabilidad económica de su marido. Pero esto parece no importarle a Frasquito, quien concibe la entrada a su casa como un gran privilegio. Seguramente el tener la oportunidad de transportarse al pasado y relatarle a la joven las glorias de lo que él considera su época de triunfo social le procura al ahora indigente la suficiente satisfacción como para justificar sus sacrificios económicos. A ‘ruego’ de Obdulia, ‘el elegante fósil describía los convites, los bailes, con todas sus magnificencias’ (165), además de las tertulias y las casas suntuosas ‘donde había pasado horas felices’ (164). La ‘radical ignorancia’ (164) de la joven le permite al anciano preciarse de su conocimiento sobre arte, tarareando trozos de ópera, narrando sus experiencias en teatros caseros y hasta discutiendo obras literarias. Quizá lo que revela de forma más cruda la caída de Frasquito es la conversación sobre los viajes, pues él comparte que había pasado en París cuarenta y cinco días en los que se embriagó con la realidad del Segundo Imperio (1852–1870). En tono de burla, el narrador nos confirma que Frasquito ‘¡había estado en París! y para un elegante, esto quizás bastaba’ (166). Este detalle confirma la idealización de la capital francesa como referente de buen gusto en la España del siglo XIX. Frasquito había hecho ese viaje requerido para los ‘elegantes’ según su contexto, pero aún así no podía ser admitido en este selecto grupo. Su concepción de su estatus social está alterada por su percepción de sí mismo y la sucesión de fracasos que experimenta cimentarán su imposibilidad de constituirse en lo que ha anhelado.

Si bien la intención de las visitas a Obdulia es exaltar su masculinidad, Frasquito termina inconscientemente feminizándose a causa de las dinámicas que se establecen en estos encuentros. Las conversaciones entre Frasquito y Obdulia revelan que ambos poseen una riqueza imaginativa que les permite conjeturar vívidamente otros tiempos, espacios y realidades. Esta facilidad de despegarse de su situación les hace olvidar brevemente su crisis económica y reinventarse en un universo paralelo ubicado en un pasado (Frasquito) o futuro (Obdulia) gloriosos. Obdulia se vislumbra en una ‘casa magnífica’ (171), yendo a ‘todos los teatros’ (171) y repartiendo ‘muchas limosnas’ (172), lo que le produciría mucho gozo. Frasquito nutre y participa del ‘delirio imaginativo’ (172) de su amiga, convirtiéndose en una especie de confidente que supera la frontera de la respetabilidad y desarrolla una intimidad inofensiva con una mujer. Aquí se comprueba lo que se había planteado antes sobre cómo Frasquito entretenía a las mujeres sin seducirlas. No es casualidad que en una de estas escenas con Obdulia el narrador lo describa como un ‘galán marchito’ (173). Las visitas a Obdulia le restan a su hombría y revelan cuán estancado estaba el pensamiento del anciano, quien, según el narrador, se había petrificado en sus tiempos de gloria social entre 1868 y 1870. La joven no detecta el rezago de Frasquito, pero el narrador afirma que este sufre ‘atraso mental’ y ‘pobreza de pensamientos’ que se manifiestan en su desconocimiento de aspectos básicos de su entorno (164). De cierta forma, el narrador reproduce la voz crítica de la sociedad del siglo XIX, según la cual un hombre como Frasquito ejemplifica el fracaso de la masculinidad. Además de haber sido incapaz de desarrollar hábitos financieros exitosos o de casarse, ahora se plantea que es también inferior en términos de habilidad intelectual. En su interpretación de esta descripción, Bly afirma que Frasquito es ‘senile’ y ‘mentally retarded with hardly any ideas’.Footnote31 Estoy en desacuerdo con la lectura de Bly. A pesar del anhelo de Frasquito de escapar a través de sus arranques imaginativos, sus acciones apuntan a que es consciente de sus circunstancias y se siente humillado por ellas. En primera instancia, su afán de arreglar sus prendas de ropa revela que se avergüenza de su estado y entiende que no lo representan como hombre respetable. Cuando Obdulia, en su escape quimérico, le pide a Frasquito que le traiga una lista de los pobres a los que conoce para ayudarlos tan pronto tenga la fortuna que anhela, él se dice a sí mismo que la lista la debe encabezar el ‘primer menesteroso del mundo: Francisco Ponte Delgado’ (172; énfasis en el original). Esto revela que no está senil ni desconectado, sino que, al contrario, se sabe pobre y necesitado. Después de esta visita a Obdulia, Benina sigue a Frasquito en la calle y le da una peseta para que pague su dormitorio, gesto ante el que Frasquito llora, ‘[l]loraba de irritación oftálmica senil, y también de alegría, de admiración, de gratitud’ (178). La generosidad de su amiga lo conmueve y acepta la peseta a pesar de la deshonra que esto significa, lo que evidencia su sensatez. La falta de Frasquito no resulta de una carencia de discernimiento, sino de su obsesión con la apariencia y los objetos, debilidad que acapara su atención impidiéndole estar al día con la realidad de su entorno.

Como revelan las visitas a Obdulia y los esfuerzos de vestimenta y comportamiento de Frasquito en torno a estas, el anciano anhela proyectarse como un dandi, un miembro de la burguesía cuya masculinidad reproduce las expectativas de esta sociedad. Su brutal fracaso en este esfuerzo hace que se convierta más bien en una burla del ideal al que aspiraba, una versión de mal gusto y desastrosa que lo lleva a recibir uno de los más temidos insultos del siglo XIX. Declara el narrador que cuando aún ‘no existía la palabra cursi, Ponte Delgado consagró su vida a la sociedad, vistiendo con afectada elegancia’ (159; énfasis en el original). Más tarde en la narración la injuria es aún más directa, al ser descrito como un ‘proto-cursi’ (169; énfasis en el original). En su desafío a las concepciones de género y limitaciones de clase Frasquito se convierte en una caricatura de la masculinidad anhelada, mereciendo así este calificativo que denota su incapacidad de reconocer la verdadera distinción. Como explica Noël Valis, la noción de ‘cursi’ se refería principalmente a la necesidad de los miembros de la clase media baja de mantener sus apariencias y a su inhabilidad de hacer esto de una manera satisfactoria.Footnote32 Había en el siglo XIX un miedo generalizado a ser percibido como cursi, incluso entre las clases media y alta.Footnote33 En el universo galdosiano el peso de este agravio está claro en La de Bringas, cuando Rosalía se entera de que una de sus amigas se ha referido a ella como ‘cursi’ y entiende el extremo de su degradación social. En el caso de Frasquito, es fundamental destacar su estatus como ‘proto-cursi’, es decir que encarnaba este comportamiento desde antes que se instituyera como referente de la falta de elegancia. Es casi como si él hubiera sabido que descendería de clase social y estuviera preparándose para ese momento. Lo cursi, según Valis, ‘is really a form of disempowered desire, since no one wanted to be cursi. No one wanted to be seen as imitative, in bad taste, pretentious, or cheaply sentimental’.Footnote34 El hecho de que el narrador de la novela denomine a Frasquito así nos deja saber que otros lo ven como cursi, juicio que determina su constitución en esa sociedad.

La misericordia que encarna en la novela el personaje de Benina se materializa con Frasquito en el gesto de darle dinero para que pague su dormitorio y no sufra noches a la intemperie, como otros mendigos de la ciudad. Siempre incapaz de manejar sus finanzas adecuadamente, Frasquito no usa aquella peseta para cubrir los gastos de su estadía. Es más, Benina pronto se entera de que su amigo debía siete camas y por esto lo han echado del dormitorio. Después de indagar, la mendiga descubre que Frasquito está en ‘la casa del Comadreja’, un establecimiento en la parte posterior de una ‘fementida tabernuca’ donde se congregan algunos ‘perdidos’ y ‘dos o tres mujeres zarrapastrosas’ de la ciudad (190; énfasis en el original). La travesía por un ‘pasillo mal oliente y sucio’ para llegar a encontrarlo es representativa del descenso de este hombre a las esferas más bajas de la sociedad. El malogrado dandi yacía ‘sobre un jergón mísero […] en mangas de camisa, inmóvil, la fisionomía descompuesta’ (192). La cruel imagen materializa la facilidad con la que las jerarquías sociales se revierten, como lo subraya una de las empleadas del lugar: ‘vele aquí a dónde vienen a parar los títulos’ (192; énfasis en el original). Los eventos que provocaron el estado actual de Frasquito subrayan el patetismo de su situación. Viéndose en la calle después de no haber pagado su dormitorio, el anciano decidió pasar la noche arrimado a la puerta de una capilla, donde lo encontraron dos ‘tarascas’, o mujeres feas y agresivas, que comenzaron ‘a darle bromas, a decirle cosas’ que seguramente subrayaban la ironía de su desamparo (192). Ofendido por el escarnio, Frasquito corrió detrás de ellas intentando pegarles e inesperadamente cayó al suelo inconsciente. Luego de ser examinado por las mujeres, el sereno y el Comadreja, se llega a la conclusión de que ha sufrido ‘un ataque’ o ‘un sincopiés’, según su habla pintoresca (193; énfasis en el original). Esta repentina crisis de salud de Frasquito es evidencia adicional de su incapacidad de cumplir con los preceptos de masculinidad. El carecer de hogar y de habilidades financieras provoca que el anciano tenga que pasar la noche en la calle, donde está expuesto al ultraje público que expone su carente masculinidad y le provoca una reacción intolerable para su débil fisionomía. En un gesto cíclico, las limitaciones de clase y género vuelven a conectarse en esta instancia, provocando el síncope que es el inicio de la desgracia definitiva de Frasquito.

La idea de masculinidad en el siglo XIX estaba a menudo determinada por la manifestación física de la salud. Según Christopher E. Forth, los manuales de salud de este momento presentaban la buena salud como una fusión de rasgos estéticos, físicos y morales que producían un hombre atractivo, agradable y calmado, de postura erguida y paso energético, cuyos órganos internos funcionaran eficiente y armoniosamente.Footnote35 Evidentemente, Frasquito no cumple en general con estos requisitos, y menos aún en esta instancia de su enfermedad. Al día siguiente de su caída, el anciano intentó irse de ese lugar tan desagradable donde lo habían albergado, pero fue incapaz de hacerlo a causa de los múltiples síncopes que le sucedieron al primero. En su inmensa generosidad, Benina propone llevarse a Frasquito a casa de Paca, y el esfuerzo de prepararlo y transportarlo revela el deterioro de su cuerpo. El vestirlo de ‘levitín y gabán’ (196) para el trayecto no fue suficiente para su recuperación, y al llegar a su destino el anciano asemejaba un ‘lío de ropa’, ‘un cuerpo al parecer moribundo’ que ‘apenas hablaba ni se movía’ (198). La compasión que Benina siente por el enfermo no le impide cuestionarlo por su decisión de no usar la peseta que ella le había dado para pagar su dormitorio, ‘¿es que se gastó la peseta en algo que le hacía falta, un suponer, en pintura para la fisionomía del bigote?’ (196). El sarcasmo en la pregunta revela que Benina no aprueba los gastos de Frasquito en cosméticos, especialmente al considerar que él no tiene dinero ni para pagarse el techo nocturno. Viéndose obligado a confesar, Frasquito admite que usó la peseta para comprar una fotografía de la Emperatriz Eugenia (1826–1920; esposa de Napoleón III) y obsequiársela a Obdulia, buscando mostrarle a la joven su parecido con esta figura del Segundo Imperio francés. El gesto de comprar regalos para expresar respeto o admiración era esencial en el comportamiento del hombre fino.Footnote36 Ciertamente, Frasquito no es tal, y en su caso la decisión de invertir su poco dinero en un regalo (para una mujer que no es ni siquiera burguesa) en lugar de asegurarse el dormitorio prueba su incapacidad de tener un juicio acertado respecto al dinero. Su errada decisión redunda en los síncopes que a su vez contribuyen a minimizar su masculinidad. Forth explica que el cuerpo masculino saludable ‘represented the core of the gentlemanly ideal’, ya que la buena salud en el hombre ‘had important implications for the state of the body politic’.Footnote37 Es por esto que Frasquito, con su cuerpo débil, enfermo y feminizado, no puede representar los ideales de la España del siglo XIX.

Su convalecencia en casa de Paca le permite a Frasquito poner una vez más en práctica sus habilidades imaginativas, ahora para rememorar con su amiga su pasado en común en Andalucía. El sumergirse en recuerdos sobre los hombres pudientes de aquel entorno y preguntarse qué había sucedido con sus riquezas sirve como premonición del evento que alterará la vida de ambos. Estando un tanto desubicados por la ausencia de Benina, quien ha sido arrestada por mendigar en la ciudad, los amigos reciben la visita inesperada del sacerdote Don Romualdo que viene a anunciarles la muerte y última voluntad de Rafael García de los Antrines, uno de los parientes lejanos a los que Paca y Frasquito habían evocado en sus reminiscencias. El difunto había establecido en su testamento que dejaba dos tercios de sus bienes para ‘mejorar la situación de algunos de sus parientes que, por desgracias de familia, malos negocios u otras adversidades y contratiempos, han venido a menos’ (262). Es importante analizar la presentación de esta herencia en el contexto de la decadencia de la clase media, que es un tema central en la novela. Sin juicio alguno, el testador hace referencia a los factores que habían causado la desgracia económica de sus parientes y materializa un último gesto de caridad dejando más de la mitad de su fortuna a aquellos que no habían podido recuperarse de su descenso social. Seguramente dentro de la categoría de ‘adversidades y contratiempos’ se podría incluir la inhabilidad de Frasquito de manejar sus finanzas y cubrir sus necesidades básicas. Al dirigirse específicamente al ‘proto-cursi’ después de hablar con Paca, el sacerdote le pide que se siente, anticipando la intensidad de su reacción. La constitución enfermiza de Frasquito se manifiesta a plenitud en esta escena al quedarse ‘turulato’ y mostrarse incapaz de procesar apropiadamente la noticia de la inimaginable transformación de su situación económica (264). El detalle de que recibirán pensión vitalicia como parte de esta herencia estimula inevitablemente el tic nervioso del anciano, quien ‘se atusaba sobre la oreja los ahuecados mechones de su melena’ (265) con más intensidad que de costumbre. Después de haberse acostumbrado a remendar su vestimenta, alquilar dormitorios y privilegiar cosméticos por comida, es comprensible que Frasquito sea incapaz de concebirse teniendo una vida desahogada. Aunque esta herencia podría significar la materialización de la masculinidad que ha desesperadamente anhelado, en realidad sólo provocará la precipitación de su tragedia.

Nicholas Wolters ha analizado el establecimiento de un mercado de moda masculina en la España del siglo XIX en el que profesionales de la sastrería y su clientela participaban abiertamente en intercambios determinados por la cultura comercial burguesa. Contrario a lo que la mayoría de los estudiosos de esta época proponen respecto al consumo de moda como una preocupación exclusivamente femenina, Wolters insiste en que los hombres se involucraron en este mercado con entusiasmo, sin miedo a la marginalización o reproche en la esfera pública. Llama la atención del planteamiento de Wolters el detalle de que la moda masculina era considerada un símbolo de identidad nacional, lo que la hacía cultural y socialmente aceptable.Footnote38 Ahora que comenzará a recibir el dinero de la improvista herencia, Frasquito espera tener acceso a este mundo de la moda masculina y participar en las transacciones que se establecen en él. Su incapacidad previa de manejar cantidades limitadas de dinero significa un precedente para los excesos que lo dominarán ahora que tiene un mayor influjo de capital. Tan pronto recibe el primer desembolso de su herencia, el anciano se siente ‘devorado por un ansia loca de salir a la calle, de correr, de volar, pues alas creyó que le nacían’ (273). Sabemos que la experiencia de ‘la calle’ que tiene Frasquito es muy distinta a la que su nueva situación económica puede proveerle. Mientras que antes había hasta dormido a la intemperie, ahora podría disfrutar del espacio público desde una posición privilegiada. Frasquito afirma que le es indispensable ir a ver a su sastre para ‘ponerme al tanto de las modas que ahora corren, y ver de preparar alguna prenda’ (273). Aunque estaba atrasado respecto a la moda, ahora finalmente Frasquito se pondría a la par de los elegantes en la ciudad adquiriendo una vestimenta digna que represente su ascenso de clase. Es curioso que sugiera aquí que tiene un sastre al cual encargarle piezas nuevas, pues antes sólo se había dicho que tenía ‘sastres económicos’ que le arreglaban los andrajos que lucía. Antes de que Frasquito salga a la calle, él y Paca comparten una resolución importante en esta nueva etapa de ventura económica: llevar cuentas de sus finanzas y apuntar todos sus ingresos y gastos. Frasquito confiesa que ha intentado hacerlo en el pasado, pero ha fracasado en este esfuerzo de madurez financiera. ¿Qué ha cambiado ahora para que Frasquito pueda manifestar esta destreza inherente a la masculinidad? Los hombres que participaban en el mercado de moda descrito por Wolters seguramente sí podían manejar su capital exitosamente, lo que los hacía dignos representantes de la identidad nacional. Incapaz de equipararse a ellos, la entrada de Frasquito en el entorno de circulación de objetos y capital será breve y accidentada.

El realismo de Misericordia hace que la cura de Frasquito esté, no en baños o en la naturaleza, sino en la ciudad. En sus tiempos de crisis, el casi mendigo evitaba ciertas áreas de Madrid por temor a que lo vieran con la barba sin teñir o en sus harapos habituales. Ahora, después del anuncio de su herencia, sale con la certeza de que puede disfrutar de este espacio a un nivel ajeno para él. Estando ‘ávido de aire, de luz, de ver gente, de recrearse en cosas y personas’ (273), Frasquito se interna en las calles ‘sin dirección fija’ (274), dejándose embaucar por los escaparates de sastre que lo invitan a comenzar su nueva vida. Esta ‘vagancia dichosa’ (274) le provee salud y le permite convertirse en una especie de flâneur que experimenta la urbe sin preocupaciones. Es un escaparate de perfumería el que lo seduce definitivamente, recordándole que está exhibiendo sus canas ‘de una manera indecorosa’ y que debe ‘remediar tan grave falta’ adquiriendo ‘el negro disimulo del tinte’ (274). La escena es sin duda simbólica, pues el narrador describe cómo Frasquito cambió en la perfumería el primer billete del adelanto que le otorgó Don Romualdo. Este gesto, que simplemente resuelve una preocupación superficial sobre su apariencia, significa para él la inauguración de ‘la campaña de restauración de su existencia’ (274). Frasquito pudo haber decidido que su primera inversión sería separar un cuarto de dormitorio (para no seguir dependiendo de la caridad de Paca) o comprar comida, pero en lugar de preocuparse por su supervivencia se enfoca en compras que materializan sus aspiraciones burguesas y masculinas. Si bien era aceptado en el siglo XIX que los hombres adoptaran prácticas básicas de higiene, como ya se ha planteado, el afán de Frasquito raya en un exceso inadmisible. Aunque la obsesión con los productos y el cuidado físico está presente en otras novelas de Galdós, en Misericordia no hay ningún otro personaje, femenino o masculino, que sufra de este mal. Es en esta incapacidad de autocontrol y en las transgresiones que resultan de ella que radica la importancia de Frasquito en la novela.

Para completar el tipo de análisis propuesto a partir de la teoría de estudios de masculinidad, en el que se presenta una revisión y reconsideración de personajes masculinos, es indispensable problematizar la dualidad representada en Frasquito. Aunque la descripción de su afición por la moda podría denotar la frivolidad que descubrimos típicamente en personajes con estas inclinaciones, Frasquito no se proyecta como un individuo moralmente corrupto o despreciable. De hecho, Frasquito era con frecuencia víctima de burlas, como las que le hace Antonio, el hijo de Paca. Al encontrarse a Frasquito luego del primer desembolso de la herencia, Antonio se burla de él diciéndole que se ve mejor sin betún, que con el pelo pintado parece ‘un féretro’ y que su sombrero es un ‘sarcófago’ (280). Ignorando estos insultos, Frasquito revela en esta conversación que planifica gastar el primer pago mensual de su herencia en ‘comprarle unas botas a Benina […] y un traje nuevo’ (281). La generosidad de Frasquito está imbuida por sus propias inclinaciones, haciéndolo incapaz de reconocer en su amiga las necesidades básicas de alimentación y vida digna que ignoraba en sí mismo. Es precisamente en esta conversación con Antonio que Frasquito se entera de que Benina ha sido arrestada por mendigar en una calle en la que esta práctica era ilegal, lo que hace que el anciano reenfoque su caridad en un proyecto para sacar a su amiga de la cárcel. A estos fines, un grupo de hombres elabora un plan que inevitablemente requerirá la exhibición pública de hombría, algo que siempre ha sido dificultoso para Frasquito. Irán a la cárcel del Pardo, unos en bicicleta y Frasquito, desconocedor de esta tecnología de transportación, a caballo. Consciente de las limitadas destrezas del ‘proto-cursi’, Antonio le hace una apuesta que constituye una premonición de su desgracia, ‘si no se rompe usted la cabeza, pago el alquiler del caballo’ (284). La aceptación del desafío evidencia la dinámica tradicional de construcción pública de hombría que los estudios de masculinidad proponen cuestionar. En sus circunstancias, Frasquito no tiene la opción de negarse a esta prueba que le permitiría compensar lo que sus tintes y cosméticos (de los que esos hombres sabían) le habían robado en términos de su masculinidad.

El atraso social de Frasquito justifica el que se asocie con el hipismo, una práctica identificada con las clases altas en los manuales de conducta de principios de siglo que más tarde se hizo obsoleta a causa de un marcado cambio cultural respecto a los deportes.Footnote39 Inevitablemente, Frasquito tiene que adquirir objetos para esta nueva aventura, como lo confirma Paca al husmear entre los paquetes del anciano y encontrar un hongo claro (un sombrero), botas altas, corbatas y espuelas.Footnote40 Mientras las botas hacen a Paca adular el pie de Frasquito señalando que ‘ya querrían muchas mujeres’ (286), las espuelas crean el balance necesario para el despliegue de masculinidad que significaría el viaje a caballo. De hecho, el narrador describe que Frasquito iba ‘gallardo y tieso en un caballote grandísimo’ y que ‘saludó y dio varias vueltas, parando el caballo y haciendo mil monerías’ (292). Paca, Obdulia, la nuera y la doncella de la casa habían salido al balcón a mirar al ‘jinete’ con ‘placer y curiosidad’ (292). Es importante analizar esa mirada femenina en el contexto del espectáculo de hombría que debía constituir el paseo a caballo de Frasquito. McKinney plantea que en el siglo XIX el discurso sobre moda estaba determinado por una dinámica de poder en la que el sujeto que observaba era masculino y el objeto de la mirada era femenino.Footnote41 El elegante, sin embargo, rompe con esta regla de la masculinidad hegemónica y disfruta de atraer miradas a su vestimenta y comportamiento.Footnote42 La satisfacción que le produce a Frasquito el llamar la atención de las mujeres con sus espuelas y piruetas evidencia su deseo de convertirse en el elegante que antes no podía ser por sus limitaciones económicas. No obstante, él no posee la gracia y clase de los que debía gozar un caballero de sociedad, hecho evidente en su tesura y falta de naturalidad al montar. La personificación del caballo en esta escena caricaturesca es importante para transmitir el poco respeto que inspira Frasquito y el fracaso de su intento de construirse una nueva masculinidad. Harto de la comedia, el caballo empezó a dar botes ‘hasta que logró despedir hacia las nubes a su elegante caballero’, lo que provocó que el jinete cayera ‘como un saco medio vacío’ (294). Así, Frasquito pierde literalmente la apuesta sobre su viaje, pero también, simbólicamente, desperdicia la última oportunidad de probar su hombría. La caída no es sólo física, sino también moral, pues causa que la máscara del espectáculo de clase y género que pretende crear Frasquito se desvanezca ya irreparablemente.

Más allá de la vergüenza pública, lo más lamentable de esta escena paródica son las secuelas físicas y neurológicas de la caída de Frasquito. Ya habíamos atestiguado su endeble condición de salud durante la fase de síncopes que le requirió el auxilio de Benina. Después de su caída, el narrador diagnostica que ‘seguramente había perturbación cerebral grave, por causa del batacazo’ (305), lo que se confirma en dos visitas que realiza Frasquito a casa de Paca. En la primera visita se presenta agitado y diciendo ‘atroces disparates’ y ‘tenacidades monomaniacas’ (305), entre las que destaca el exigirle a Almudena (quien no estaba presente) explicaciones por insinuar que Frasquito estaba cortejando a Benina. La nuera de Paca, Juliana, lo rechaza diciendo que no les tiene que importar si ‘ese viejo pintado’ enloquece, y juzga su condición afirmando que es resultado ‘de las drogas que se pone en la cara, […] que son venenosas y atacan al sentido’ (306). Este señalamiento de la inclinación de Frasquito por los productos de belleza como causa de su situación de salud es fundamental para entender la esencia transgresora del anciano. Es obvio que fue la caída del caballo la que provocó la alteración nerviosa de Frasquito, pero aquí se le adjudica esta condición al elemento de su comportamiento que no se ciñe a las normas impuestas de lo masculino. De esta manera, Juliana hace una advertencia sobre las terribles consecuencias de desafiar las construcciones de género en esta sociedad. Frasquito está siendo castigado por su cursilería y fijación en su apariencia, rasgos que no eran aceptados en el sujeto masculino.

En su última intervención en la novela Frasquito llega nuevamente a casa de Paca en un estado aún más patético que parece revelar los síntomas de un ictus o derrame cerebral, pues ‘se le había torcido la boca, y arrastraba penosamente la pierna derecha’ (311). Quizá lo que demuestra más crudamente la situación mental de Frasquito es su incapacidad de preocuparse por su apariencia. Mientras antes vivía obsesionado con la condición de su vestimenta, ahora está ‘blandiendo el bastón’ y con ‘ropa en gran detrimento y manchada de tierra y lodo’ que significa su caída social (311). Frasquito retoma en esta visita los reclamos previos sobre el rumoreado cortejo a Benina, defendiéndose aquí como incapaz de ultrajar la pureza de su amiga misericordiosa y exaltándola como ángel. En su desvarío, el fracasado galán se declara caballero y hace catálogo de los tipos de mujer con las que ha estado, insistiendo en que a Benina nunca habría podido seducirla a causa de su aura de divinidad. Lo que parece un arranque de locura se convierte en expresión definitiva de honestidad, cuando Frasquito cambia el enfoque de su discurso y hace una revelación sobre Benina a Paca, su hija y su nuera que es el epítome del mensaje sobre clases sociales que propone la novela, ‘vestida de pobre ha pedido limosna para mantenerlas a ustedes y a mí’ (312). Siguiendo las recomendaciones de su nuera, Paca había decidido no dejar a Benina regresar a su casa, luego de enterarse de que estuvo en la cárcel por mendigar con Almudena. Con su denuncia, Frasquito expone de forma brutal la hipocresía de las reconvertidas en burguesas que son incapaces de mostrar compasión con aquella que les había asegurado la subsistencia. Frasquito es expulsado de la casa por su excesiva franqueza y termina su discurso desde la calle con un insulto directo a Paca, gritándole, ‘Ingrata, ingrrrr … ’ (313). Al enunciar esta palabra el anciano sufrió una ‘violenta contorsión’ y de su boca ‘no salió más que un bramido ronco’ mientras que ‘se le descomponían horrorosamente las facciones, los ojos se le salían del casco, la boca se aproximaba a una de las orejas … ’ (313). En ese instante, Frasquito se desplomó de golpe perdiendo no sólo su masculinidad, sino la humanidad más básica. Aunque la causa directa de su muerte son las secuelas neurológicas de su accidente hípico, la estocada final de su desgracia es el reconocer la barbarie de la estructura social. Con su herencia él debía poder alcanzar esa clase media a la que aspiraba, pero su sensibilidad y cursilería le impiden adecuarse a la crueldad que esta requiere. Así, es su carencia de hombría la que en un efecto cíclico impide sus aspiraciones de clase y género de convertirse en un elegante, provocando la ruina definitiva de su proyecto de vida.

La lección de Misericordia a través de Frasquito podría ser que Galdós tenía razón en su ensayo ‘El elegante’ al instar a los hombres a dejar a las mujeres ‘el reino gracioso de la moda’, pues ellos, el ‘sexo fuerte y grave’, no obtendrían nada provechoso de esta inclinación.Footnote43 Empero, lo que nos ofrece este personaje en términos de las intersecciones entre clase y género en el siglo XIX es mucho más complejo. Según las ideologías prevalecientes en el contexto de la novela, Frasquito es un personaje en quien se materializa una identidad social carente y una hombría fracasada. Mi acercamiento a partir de los estudios de masculinidad plantea una reevaluación de este personaje considerando su valor inmediato en la historia y en general respecto a las transgresiones en el comportamiento de género esperado. Hobbs reconoce que en la literatura a menudo se nos presentan ‘flawed male protagonists’ que desafían los ideales hegemónicos de cómo debe ser un héroe.Footnote44 Frasquito es un ejemplo perfecto de este tipo de personaje fallido que se puede convertir en héroe a partir del significado de sus actos en un texto. Aunque es objeto de burla del narrador y de otros personajes y víctima de un desenlace punitivo por su osadía de aparentar una masculinidad que no le correspondía, Frasquito también se constituye como el personaje que encarna la honestidad más pura. En un gesto de bondad, el anciano muere exaltando la misericordia de su amiga Benina e intentando reivindicarla. En la historia Frasquito es castigado por ser ‘proto-cursi’, pero en la lectura aquí ofrecida es posible entender su importancia más allá de su inclinación por los objetos o cosméticos. El heroísmo de Frasquito radica en su sinceridad con otros y consigo mismo, y en su valentía para reimaginarse y luchar por parecerse a su ideal de sí mismo. Mi propuesta es que su esfuerzo nos sirva para problematizar la novela superando los temas de religiosidad y pobreza, y que nos facilite la comprensión de masculinidades alternativas en la literatura española del siglo XIX.Footnote*

Notes

1 Benito Pérez Galdós, ‘El elegante’, en Obras inéditas, prólogo de Alberto Ghiraldo, 10 vols (Madrid: Renacimiento, 1923–1930), I (1923), Fisonomías sociales, 231–42 (p. 231).

2 Pérez Galdós, ‘El elegante’, 240.

3 Wan Sonya Tang, ‘ “Yo no soy un hombre”: Masculinity, Monstrosity, and Gothic Conventions in Galdós’s La sombra (1871)’, Hispanic Review, 88:3 (2020), 243–63 (pp. 244–45).

4 Ver Zachary Erwin, ‘Fantasies of Masculinity in Emilia Pardo Bazán’s Memorias de un solterón’, Revista de Estudios Hispánicos, 46:3 (2012), 547–68; Mark Harpring, ‘Homoeroticism and Gender Role Confusion in Pardo Bazán’s Memorias de un solterón’, Hispanic Research Journal, 7:3 (2006), 195–210; Akiko Tsuchiya, ‘Gender Trouble and the Crisis of Masculinity in the fin de siglo: Clarín’s Su único hijo and Pardo Bazán’s Memorias de un solterón’, en su Marginal Subjects: Gender and Deviance in Fin-de-siècle Spain (Toronto: Univ. of Toronto Press, 2011), 112–35.

5 Ver los siguientes estudios de Eva Maria Copeland: ‘Galdós’s El amigo Manso: Masculinity, Respectability, and Bourgeois Culture’, Romance Quarterly, 54:2 (2007), 109–23; ‘Empire, Nation, and the indiano in Galdós’s Tormento and La loca de la casa’, Hispanic Review, 80:2 (2012), 221–42; ‘ “¿Pero no ves que es marica?” Maxi Rubín and Male Gender/Sexual Deviance in Fortunata y Jacinta’, en Hombres en peligro: género, nación e imperio en la España de cambio de siglo (XIX–XX), ed. Mauricio Zabalgoitia Herrera (Madrid: Iberoamericana/Frankfurt am Main: Vervuert, 2017), 117–33.

6 Collin McKinney, ‘Men in Black: Fashioning Masculinity in Nineteenth-Century Spain’, Letras Hispanas. Revista de Literatura y Cultura, 8:2 (2012), 78–93; <https://gato-docs.its.txstate.edu/jcr:b9653b3d-0ec3-4eef-87e7-fcdd38ebaa62/C.McKinney.pdf> (accedido 14 de marzo de 2022).

7 Peter Anthony Bly, ‘Celestial Visionary: Frasquito Ponte Delgado’, en su The Wisdom of Eccentric Old Men: A Study of Type and Second Character in Galdós’s Social Novels, 1870–1897 (Montreal: McGill-Queen’s U. P., 2004), 157–66.

8 Alex Hobbs, ‘Masculinity Studies and Literature’, Literature Compass, 10:4 (2013), 383–95 (pp. 383–84); <https://compass.onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/lic3.12057> (accedido 14 de marzo de 2022).

9 Hobbs, ‘Masculinity Studies and Literature’, 384.

10 Josep M. Armengol, ‘Masculinities and Literary Studies: Past, Present, and Future Directions’, en Routledge International Handbook of Masculinity Studies, ed. Lucas Gottzén, Ulf Mellström & Tamara Shefer (London/New York: Routledge, 2020), 425–33 (p. 427).

11 Hobbs, ‘Masculinity Studies and Literature’, 387.

12 Armengol, ‘Masculinities and Literary Studies’, 429.

13 Hobbs, ‘Masculinity Studies and Literature’, 390.

14 Tang, ‘ “Yo no soy un hombre” ’, 244.

15 Luciano García Lorenzo identifica a Frasquito y Paca en la clase media ‘galdosiana’, ‘venida a menos, pero que intenta conservar los privilegios sociales y el ritmo de vida que tuviera en sus años de apogeo’ (Luciano García Lorenzo, ‘Introducción’, en Benito Pérez Galdós, Misericordia, ed., con intro., de Luciano García Lorenzo, con Carmen Menéndez Onrubia [Madrid: Cátedra, 1994], 11–54 [p. 29]).

16 Almudena es el personaje de la novela que ha recibido mayor atención de la crítica. No comento aquí esa vasta bibliografía por limitaciones de espacio y por su poca pertinencia para el tema que me ocupa.

17 Paula Corroto, ‘Misericordia en la iglesia de San Sebastián: las colas del hambre en el Madrid de Galdós’, El Confidencial, 21 de mayo de 2020, n.p.; disponible en <https://www.elconfidencial.com/cultura/2020-05-20/galdos-novela-miseria-hambre-madrid_2601996/> (accedido 30 de mayo de 2020).

18 Pérez Galdós, Misericordia, ed. García Lorenzo, 122. Todas las citas provienen de esta edición.

19 Jesús Cruz, The Rise of Middle-Class Culture in Nineteenth-Century Spain (Baton Rouge: Louisiana State U. P., 2011), 33.

20 Cruz, The Rise of Middle-Class Culture in Nineteenth-Century Spain, 102.

21 Pérez Galdós, ‘El elegante’, 232.

22 Cruz, The Rise of Middle-Class Culture in Nineteenth-Century Spain, 39.

23 Carmen Bernis, ‘El traje burgués’, en La España del siglo XIX vista por sus contemporáneos, dir. Gonzalo Menéndez Pidal, 2 vols (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1988–1989), I, 456–79 (p. 468).

24 Cruz, The Rise of Middle-Class Culture in Nineteenth-Century Spain, 106.

25 McKinney analiza La desheredada como otra novela de Galdós en la que se presenta este tema del afán de esconder la pobreza detrás de telas finas y afirma que muchos autores en el siglo XIX eran conscientes de que la vestimenta ‘possesses the dual capacity to represent and misrepresent’ (McKinney, ‘Men in Black’, 82).

26 Bly, ‘Celestial Visionary’, 159–60.

27 Cruz, The Rise of Middle-Class Culture, 32.

28 El hombre fino al gusto del dia, ó Manual completo de urbanidad, cortesia y buen tono, trad. & compilación de Mariano Rementería y Fica (Madrid: Imprenta de Moreno, 1829), 186–92.

29 Jesús Cruz, ‘Del “cortesano” al “hombre fino”: una reflexión sobre la evolución de los ideales de conducta masculina en España desde el Renacimiento al siglo XIX’, BSS, LXXXVI:2 (2009), 145–74 (p. 151).

30 Cruz, ‘Del “cortesano” al “hombre fino” ’, 171.

31 Bly, ‘Celestial Visionary’, 158 & 159.

32 Noël Valis, The Culture of Cursilería: Bad Taste, Kitsch, and Class in Modern Spain (Durham, NC: Duke U. P., 2002), 11.

33 Valis, The Culture of Cursilería, 12–13.

34 Valis, The Culture of Cursilería, 15.

35 Christopher E. Forth, ‘The Armor of Health and the Diseases of Civilization’, en su Masculinity in the Modern West: Gender, Civilization, and the Body (New York/Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2008), 67–91 (p. 67).

36 Cruz, The Rise of Middle-Class Culture in Nineteenth-Century Spain, 31.

37 Forth, ‘The Armor of Health’, 70.

38 Nicholas Wolters, ‘The Spanish Cut: Tailoring Men’s Fashion and National Identity in Nineteenth-Century Spain’, Journal of Spanish Cultural Studies, 21:3 (2020), 313–33 (pp. 314–15).

39 Cruz, The Rise of Middle-Class Culture in Nineteenth-Century Spain, 46.

40 En su fisonomía ‘El elegante’ Galdós había declarado que el hongo ‘también debe ponerse en la categoría de los adefesios’, siendo otro de los objetos innecesarios que usaban los hombres (‘El elegante’, 235). El que ahora Frasquito sea dueño de un hongo deja claro cómo quería Galdós caracterizar a este personaje.

41 McKinney, ‘Men in Black’, 79.

42 McKinney, ‘Men in Black’, 86.

43 Pérez Galdós, ‘El elegante’, 240.

44 Hobbs, ‘Masculinity Studies and Literature’, 387.

* Cláusula de divulgación: la autora ha declarado que no existe ningún posible conflicto de intereses.

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